24 de mayo de 2011


Ahora preguntémonos. ¿Para qué hemos luchado tanto? Alguna vez te has parado a pensar el porqué de todas esas peleas, esos celos, y sobre todo, ese amor derrochado, empeñado en ofrecérnoslo sólo el uno a otro, cuando en realidad todo acaba en nada...

Es la sensación de poder lavarse la cara con la cantidad de lágrimas que estoy echando. Y me siento tan idiota, tan, tan, pero tan imbécil. Me paso la vida hablando de lo bonito que puede ser todo, y la cantidad de alternativas que hay al dolor. Es decir, por qué sufrir por algo que va a llegar? Para qué amargarse por una relación que sabes que algún día fracasará, por una vida que se disipará, o un amigo que sabes que se acabará marchando. Es lo que siempre digo…

Pero soy incapaz de aplicarlo. Sufrir me hace sentir viva. Llorar me hace darme cuenta que no todo está perdido. Hablar conmigo misma del tema me crea la ilusión de que quizás, todo vuelva a la normalidad. Sufrir me recuerda a él.

También me hace quedar como una estúpida y ser débil. El caso es que hasta que no lo vea todo perdido, hasta que el barco no se haya hundido con su último pasajero, no seré capaz de mentalizarme.

Todo salió al revés y ni me di cuenta. Me da igual que no sea como los demás, me da igual… No! No me da igual. Me importa que tenga que estar siempre ahí detrás, me importa que me vean así.

Nada. Las palabras se atropellan en mi cabeza. Un accidente de coche, un parque muy verde, el trigo de un verano caluroso, una parada de autobús, un sueño extraño, tu mano junto a la mía, esa foto en la cartera, cuatro amigas a mi lado, y mil colores, llegando al negro más profundo, que se convierte en una gran urraca. La chica que me gustaría ser, una vida simple, llena de emoción. Ni una sola lágrima. Y todo lo anteriormente dicho ha desaparecido, ya no me acuerdo, sé que está ahí, sé que me quedan mil cosas por decir, pero no quiero volver a ellas, ni volver a darle vueltas. Es el fin. Lo veo cerca. Pero no quiero esperarle sentada.

1 comentario:

  1. El fin no existe, menos cuando morimos, aún te queda un largo camino y si acaba una calle de ese camino piensa que entras en otra y da por seguro que mucho más grande y bonita que la anterior.

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