24 de septiembre de 2011

El trabajo de sonreír

¡Cuánto apreciamos todos la sonrisa amable de las personas y cuántas veces nos resistimos a sonreír! Resulta un tanto enigmático que gustándonos tanto a todos el que nos atiendan con una sonrisa seamos tan roñosos a veces para sonreír a quienes solicitan nuestra atención. De modo semejante, nos parece increíble que alguien pueda acogernos con una sonrisa afectuosa aun sin conocernos y, sin embargo, todos tenemos la maravillosa experiencia de aquella sonrisa a primera hora de la mañana que logró cambiar nuestro día.

Es una pena minusvalorar la sonrisa, pues es uno de los rasgos más típicos del ser humano. Wittgenstein anotaba incidentalmente en un oscuro pasaje que “una boca sonriente sonríe sólo en un rostro humano”. Con estas palabras afirma que para sonreír hace falta un rostro humano que otorgue significado a esa sonrisa, pero quizá sugiere también que un rostro humano es plenamente humano cuando sonríe. Todo ser humano es capaz de reír. Tomarse el trabajo de sonreía es un modo aparentemente sencillo en el que cada uno puede hacer un poco más humano este mundo nuestro y hacer así también más humana su propia vida.


La sonrisa es siempre muy agradecida. Quien sonríe cosecha muchas veces la sonrisa y el afecto de los demás. Es muy conocida aquella afirmación de William James, de que no lloramos porque estamos triste, sino que estamos tristes porque lloramos. Me parece que algo semejante puede decirse de la sonrisa. De hecho, cuando me encuentro con personas que sufren por cualquier cosa, suelo invitarles a que se empeñen en sonreír a quienes tienen a su alrededor porque, y así es, no sonreímos porque estamos contentos, sino que más bien estamos contentos porque sonreímos. No importa que en un primer momento la sonrisa sea forzada o parezca artificiosa, pues con su repetida práctica va calando por dentro hasta que alegra el corazón.