Se me empiezan a acabar las razones por las que sonreir. Aprovecharé mientras pueda.
Ahora preguntémonos. ¿Para qué hemos luchado tanto? Alguna vez te has parado a pensar el porqué de todas esas peleas, esos celos, y sobre todo, ese amor derrochado, empeñado en ofrecérnoslo sólo el uno a otro, cuando en realidad todo acaba en nada...
Es la sensación de poder lavarse la cara con la cantidad de lágrimas que estoy echando. Y me siento tan idiota, tan, tan, pero tan imbécil. Me paso la vida hablando de lo bonito que puede ser todo, y la cantidad de alternativas que hay al dolor. Es decir, por qué sufrir por algo que va a llegar? Para qué amargarse por una relación que sabes que algún día fracasará, por una vida que se disipará, o un amigo que sabes que se acabará marchando. Es lo que siempre digo…
Pero soy incapaz de aplicarlo. Sufrir me hace sentir viva. Llorar me hace darme cuenta que no todo está perdido. Hablar conmigo misma del tema me crea la ilusión de que quizás, todo vuelva a la normalidad. Sufrir me recuerda a él.
También me hace quedar como una estúpida y ser débil. El caso es que hasta que no lo vea todo perdido, hasta que el barco no se haya hundido con su último pasajero, no seré capaz de mentalizarme.
Todo salió al revés y ni me di cuenta. Me da igual que no sea como los demás, me da igual… No! No me da igual. Me importa que tenga que estar siempre ahí detrás, me importa que me vean así.
Nada. Las palabras se atropellan en mi cabeza. Un accidente de coche, un parque muy verde, el trigo de un verano caluroso, una parada de autobús, un sueño extraño, tu mano junto a la mía, esa foto en la cartera, cuatro amigas a mi lado, y mil colores, llegando al negro más profundo, que se convierte en una gran urraca. La chica que me gustaría ser, una vida simple, llena de emoción. Ni una sola lágrima. Y todo lo anteriormente dicho ha desaparecido, ya no me acuerdo, sé que está ahí, sé que me quedan mil cosas por decir, pero no quiero volver a ellas, ni volver a darle vueltas. Es el fin. Lo veo cerca. Pero no quiero esperarle sentada.
Tengo miedo al futuro. No al hecho del fin de la vida, de la vejez, ni de la muerte. Tengo miedo a lo que voy a hacer, a lo que voy a tener que hacer y lo que no me quedará más remedio que hacer. Me asusta darme cuenta día tras día de mi poca capacidad de decisión, mi mala orientación, mi ingenuidad, buena fe y extrema esperanza, y de la dependencia que me creo con la mayoría de los que me rodean. Porque así no voy a llegar a ninguna parte. Desde luego tengo demasiadas aspiraciones y sueños para cumplirlos siendo así.
Dejando eso a parte, ¿qué más da? Me preocupo por aprender a ser un adulto cuando ni quiero ni sé serlo, ni siquiera tengo idea de qué voy a hacer con mi vida ahora mismo.
Si tengo más miedo a lo que va a pasar el mes que viene que a nada. Y sí, es por él de nuevo. Yo sólo quiero disfrutar de lo que se me ha dado, y no pensar en lo que no tengo, porque de nada sirve, todos lo sabemos. Sólo saber mirar al futuro sin miedo y vivir el presente feliz. A veces se hace difícil. Sí, a veces soy incapaz de imaginarme con ninguno otro, ni siquiera visualizo alguien mejor. Qúe digo a veces, siempre. Simplemente no puedo. Por muy imbécil que sea, por muchos malos momentos que él no ha pasado ni sabe que yo he pasado. Me siento tan patética. Mirad el mundo, gente, mirad un poco más allá de vuestro ombligo; yo lo hago también... hay tanto sufrimiento. Es egoísta hasta decir basta quejarse por esto. Pero lo tengo tan adentro, no puedo olvidarlo, esta sensación no me deja en paz.





Quién dice que no valgáis la pena, que no seáis lo mejor que existe en este mundo. Todos tenemos algo que mostrar. No malgasteís vuestro esfuerzo en cosas mundanas, no paréis de apender cosas nuevas, sobre todo de los demás y nunca, jamás, os olvidéis de quereros a vosotros mismos.
