19 de marzo de 2011

Tal cual.


De pequeña me enseñaron a ser humilde. O más bien, a no creerme más importante que lo que un grano de arena es en una playa. Olvidaron enseñarme a confiar en mí misma, pensaron que no era necesario, que todo eso lo adquiriría yo sola, con el tiempo. Se equivocaron. Y aquí estoy ahora. Sin poder levantarme de la mesa y protestar. Sin poder dejar clara mi opinión. No, yo no necesito a nadie que me cierre la boca. Ya me encargo yo solita de ponerme la mordaza y ser educada. Pero donde acaba la cortesía y empiezo a ser una cobarde? Me consuelo diciendo que por lo menos soy honrada, que no soy de esos que hablan y hablan y al final no hacen nada por el resto, que estoy muy por encima de todo eso, mucho, donde la estupidez ajena apenas alcanza. Yo tengo otra cosa. Soy rica, pero de otra manera. Basta con mirar en el interior.

En la cabeza puedo encontrar los más insignificantes recuerdos. Y vivir desde aquel primer concierto hasta la novela que más me emocionó. Volver a sentir ese cosquilleo a verle, ese calor en las mejillas cuando me ruborizo. Todas esas tonterías, esos anhelos, esas burbujas en mi mente que pronto son reventadas por algún otro del género estúpido. A esa persona que te anima todas las tardes. Esa conversación que hace que olvides durante unos minutos la otra un poco menos agradable…Todo eso y mucho más. Lo suficiente para no ensuciar el alma. Lo suficiente para no discutir con los estúpidos. Que se pudran. De todas formas, acabarán pudriéndose igualmente.

Y cuando eso ocurra yo estaré viviendo al máximo. Amaré, odiaré. Me enamoraré perdidamente para luego romperme en mil pedazos. Conoceré, olvidaré. Encontraré una razón cada día para levantarme con una sonrisa. Siempre con calma. Siempre con educación. O cobardía? Quién sabe. Pero por qué darle a alguien el gusto de lucir sus estupideces con la boca abierta? Dejaré que se destruyan ellos mismos.

Y yo… tan contenta.

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