2 de noviembre de 2011

Look back.


Allí está de nuevo. Es el cosquilleo mientras caminas, la lluvia que se desliza por el cuero sin molestar. Las lágrimas que hace tiempo que no visitan el mundo. Es la emoción de volver a encontrar lo que siempre te hace feliz. Y qué importa que el día sea gris, que algunas puertas estén cerradas o que se haya pasado el límite de consumición. Qué importa si al final del pequeño camino te esperan con los brazos abiertos. El pulso se acelera, y mis dedos tamborilean sobre los vaqueros. Aquí llega el primero. Calor que inunda mis brazos y mi pecho, mi alma y mi corazón y, finalmente, consuela mi mente, relaja mis músculos, brilla en mis ojos. Y el segundo, el tercero, el cuarto y el quinto. Pero nada es eterno. De repente, no es como esperaba. Todo vuelve a relacionarse sin ningún sentido, los últimos tormentos se arremolinan sobre mi cabeza como una nube gris. Tremenda, cargada, dispuesta.
Qué importa, si allí está, el cerrar los ojos con su beso y poder disfrutar de nuevo su olor secreto. No hay otro igual, y qué tendrá. Qué habrá en su mirada tan especial que me haga temblar las piernas, que titubee al guiñarle un ojo y aprisione tanto mi respiración. Sí, qué tendrá que me haya vuelto de repente tan imbécil. Es lo de siempre, pequeña. Las hojas oscuras y muertas cubren las aceras. Sola, vuelvo a la oscuridad, me estaba esperando. Aparecen los mismos fantasmas que la vez anterior, los mismos miedos. ¿Cuándo parará esta tortura? Llegará el día, juro que llegará el día en que la lluvia no cambie el paisaje. Solo que ese día no es hoy. Hoy la vida dio la vuelta y me la jugó por la espalda. Quizás fue por el mal que hice yo antes, quizás lo merezco.
Pero es un ciclo sin fin lo que me persigue. Miles de caminos retorcidos que llegan al mismo jodido punto del que no soy capaz de salir. ¿O es que no quiero? También me lo he planteado. Y encontré la salida, la puerta del no volver, aun sabiendo que era una de las mayores entradas a la estancia. Pero me atrapó el encanto de su enorme lámpara de araña y me comió como si de un mosquito se tratase. Me lo advirtió. Las sillas de satén granate, la gran mesa de madera de arce color caoba, podría pasar de todo. Ojalá, sí, eso me gustaría. Y olvidar lo sucedido, aquello ya no me importa. Mirar por la ventana la gente pasar; la lluvia se retiraría con dignidad esperando mi próximo momento de vulnerabilidad, o puede, sólo puede, que para no volver. Pero allí está de nuevo. Ese nudo en la garganta, la lluvia ha ganado, y las lágrimas vuelven a brotar como viejas amigas.

2 comentarios:

  1. DIOS... un nuedo en la garganta me ha producido tu texto, es jodidamente perfecto, gracias por entenderme tan bien

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  2. tienees un blog preciosoo!
    me encanta,te sigoo(:
    pasate por el mio si quieres:
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