Allí está de nuevo. Es el cosquilleo mientras caminas, la
lluvia que se desliza por el cuero sin molestar. Las lágrimas que hace tiempo
que no visitan el mundo. Es la emoción de volver a encontrar lo que siempre te
hace feliz. Y qué importa que el día sea gris, que algunas puertas estén
cerradas o que se haya pasado el límite de consumición. Qué importa si al final
del pequeño camino te esperan con los brazos abiertos. El pulso se acelera, y
mis dedos tamborilean sobre los vaqueros. Aquí llega el primero. Calor que
inunda mis brazos y mi pecho, mi alma y mi corazón y, finalmente, consuela mi
mente, relaja mis músculos, brilla en mis ojos. Y el segundo, el tercero, el
cuarto y el quinto. Pero nada es eterno. De repente, no es como esperaba. Todo vuelve a relacionarse sin ningún
sentido, los últimos tormentos se arremolinan sobre mi cabeza como una nube gris. Tremenda, cargada, dispuesta.
Qué importa, si allí está, el cerrar
los ojos con su beso y poder disfrutar de nuevo su olor secreto. No hay otro
igual, y qué tendrá. Qué habrá en su mirada tan especial que me haga temblar
las piernas, que titubee al guiñarle un ojo y aprisione tanto mi respiración.
Sí, qué tendrá que me haya vuelto de repente tan imbécil. Es lo de siempre,
pequeña. Las hojas oscuras y muertas cubren las aceras. Sola, vuelvo a la
oscuridad, me estaba esperando. Aparecen los mismos fantasmas que la vez
anterior, los mismos miedos. ¿Cuándo parará esta tortura? Llegará el día, juro
que llegará el día en que la lluvia no cambie el paisaje. Solo que ese día no
es hoy. Hoy la vida dio la vuelta y me la jugó por la espalda. Quizás fue por
el mal que hice yo antes, quizás lo merezco.
Pero es un ciclo sin fin lo que me persigue. Miles de caminos retorcidos que llegan al mismo jodido
punto del que no soy capaz de salir. ¿O es que no quiero? También me lo he
planteado. Y encontré la salida, la puerta del no volver, aun sabiendo que era
una de las mayores entradas a la estancia. Pero me atrapó el encanto de su
enorme lámpara de araña y me comió como si de un mosquito se tratase. Me lo
advirtió. Las sillas de satén granate, la gran mesa de madera de arce color
caoba, podría pasar de todo. Ojalá, sí, eso me gustaría. Y olvidar lo
sucedido, aquello ya no me importa. Mirar por la ventana la gente pasar; la lluvia se retiraría con
dignidad esperando mi próximo momento de vulnerabilidad, o puede, sólo puede,
que para no volver. Pero allí está de nuevo. Ese nudo en la garganta, la lluvia
ha ganado, y las lágrimas vuelven a brotar como viejas amigas.
DIOS... un nuedo en la garganta me ha producido tu texto, es jodidamente perfecto, gracias por entenderme tan bien
ResponderEliminartienees un blog preciosoo!
ResponderEliminarme encanta,te sigoo(:
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